Felipe
el hermoso se muda a Buenos Aires.
Arq.
Rafael Iglesia
El rey galo
ha decidido tener morada en Buenos Aires. Como corresponde, la suya será
una torre estilo francés que próximamente se erigirá en la Reina del Plata.
Lamentablemente será de hormigón (¡pobre hormigón, las cosas que le hacen
hacer!). Su nombre: Grandbourg. Ya hay quien apuesta que tendrá caballerizas
y lugar para los carruajes, aposentos para los esclavos y todo lo necesario
para recrear como se debe una época. Para ello, ha convocando a jóvenes
estilistas de esta ciudad que, aunque puedan no tener muchas cosas en
claro, es gente muy informada que sabe de antemano qué se va usar este
verano.
Ante todo diremos que estilo es un conjunto de obras análogas, cuya semejanza
es fruto de la orientación con la que establecen determinados supuestos
sobre las posibilidades artísticas de un tiempo. Para ser claro y poner
el acento en esto último, digo: aunque nos arropemos con indumentarias
del pasado y nos paseemos por la campiña junto a una dama con miriñaque,
seremos contemporáneos (un poco ridículos), inevitablemente contemporáneos.
Estilo, en última instancia, sólo lo tienen aquellos que no tienen estilo.
Se argumentará que en el terreno artístico recurrir al pasado es frecuente.
Picasso se basó en trabajos anteriores, incluso en ajenos, para componer
Les damoiselles d`Aviñon y el Guernica. Beethoven
rememora los tramos finales de su Fantasía Coral, opus 80
en uno de los motivos de su Novena Sinfonía; el mismo Corbu no dejó de
aprender de los antiguos griegos. Hay infinidad de casos, todos procedimientos
lícitos a la hora de crear; pero bailar con un cadáver es otra cosa: es
necrofilia.
La torre francesa recalará en Palermo Chico y, en realidad, no debiera
causar asombro. Empresa que no supone dificultad alguna ya que en la Argentina
copiar estilos no es nuevo, sino una modalidad que ciertos arquitectos
han elevado a la categoría de verdadero fundamento. Y ésta fue, en gran
medida, la suerte que por aquí corrió el Movimiento Moderno, movimiento
que es estética, pero más importante aún- ética que permite pensar y organizar
desde el hábitat particular hasta las grandes estrategias urbanas. Sin
embargo, la gran mayoría de las obras locales que adscribieron a él sólo
son una muestra de estética y de la ética no ha quedado ni rastros. En
Rosario, mi ciudad, por ejemplo, De Lorenzi ha desarrollado una de las
obras más importantes del racionalismo, como es su edificio ubicado en
Oroño y Córdoba, lo que no impidió que, cien metros más adelante se desdijera
con un ecléctico edificio neo-colonial-barroco, entre otras cosas. Esta
manera de operar puede producir buenas y malas obras (como de hecho las
hay), pero no necesariamente grandes arquitectos.
Hace poco tuve la oportunidad de ver parte de la producción arquitectónica
contemporánea de San Pablo. En ella se respira convicción y una toma de
conciencia fuerte sobre qué producir que se aleja de la elección cómoda
de reproducir meramente una forma. Para esto hay que tener un cierto espesor
cultural, grandes convicciones (como dije) o una férrea ideología política
que no permita descuidar el rumbo ético. Y recordar siempre que la información
es un paso previo al conocimiento. En consecuencia, no podría imaginarme
a Mendes da Rocha, Niemeyer o al mismísimo Amancio, haciendo la dirección
de obra de una mezquita posmoderna o entregando tres propuestas diferentes
para tratar de ganar un concurso a cualquier a precio, actitudes como
éstas son las que convierten un espacio de debate intelectual en una justa
deportiva. Incluso me cuesta pensar en mecenas como Victoria Ocampo consumiendo
estas cosas. Se es por lo que se hace y por lo que no se hace.
Los arquitectos paulistas tienen ese espesor y los maestros, además, fuertes
convicciones políticas. Éstas son las razones que impiden que uno los
pueda imaginar haciendo una torre francesa, salvo que estén pensando en
la Bastilla.
La arquitectura no sólo revela la sociedad donde se desarrolla: expresa
sus valores, el nivel cultural del poder y sus amanuenses y, sobre todo,
revela cuál es su ética.
Pero volvamos a nuestratorre francesa. Algunos pretenden sostenerla como
una actitud valiente ante el gran desafío de seguir fielmente ese estilo,
según los propios dichos de los interesados. Desafío es querer cambiar
el mundo, no embalsamarlo. Lo que está claro es que lo único que quieren
cambiar es el auto, la casa y quién sabe cuántas cosas más. Desafío no
es sólo responder a la demanda, sino educarla, ésa es la dificultad a
la que hay que responder. Y entender que el comitente se refugia en el
pasado a causa de la incapacidad que hay de dar respuestas contemporáneas.
Seguramente, este comitente no le insinuaría a Frida Kahlo o Xul Solar
qué colores son los predilectos del mercado. Esta obra pone en evidencia
la actitud de sus autores, que a pesar de haber obtenido un lugar de privilegio,
no han sabido asumir las responsabilidades y dar las señales de quienes,
presumiblemente, traen nuevos vientos.
De la misma manera que el poder en Argentina no supo construir un país,
nosotros (arquitectos) no hemos podido escapar a esa manera de hacer en
la que siempre termina ganando la codicia y la ignorancia de unos pocos.
Sin embargo, la torre no merece ni indignación ni estupor si se la compara
con lo que estamos viviendo como sociedad. Ni siquiera pondrá en peligro
el valor urbano de Buenos Aires, ni el de la cuadra; sólo será una curiosidad,
un capricho de aquellos que tanto tienen en algunos rubros y son tan pobres
en otros.
Esto tan sólo provoca un poco de tristeza. Siempre es doloroso cuando muere gente tan joven.
Arq. Rafael Iglesia
www.rafaeliglesia.com.ar
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